viernes, diciembre 16, 2005

La Espera



La tarde estaba tranquila, un sol de comienzos de primavera apenas alcanzaba a entibiar los brotes tímidos de los árboles. Ella aun no llegaba. Él dejó de mirar por la ventana y tomando su taza de café comenzó a hojear la primera revista que encontró. Las paginas se sucedían unas a otras pero no las veía. De pronto, en una de ellas, una foto, un cuadro colgado a una pared, un ventanal mostrando el horizonte, una mesa colocada para el té y el sol inundando oblicuo ese ambiente, otorgando una calidez que le hizo brotar un recuerdo, una nostalgia que no era tal.

Se imaginó a otra persona, mirando aquella foto y pensó que nadie excepto él habría tenido reminiscencias de los veranos idos, de las arrancadas a la playa, de las puestas de sol, de caminar descalzos por esos bosques de eucaliptos mecidos por la brisa oceánica, al borde de los acantilados de la costa chilena y comprendió, lo que es haber nacido donde se ha nacido. Esos paisajes y los cientos de días vividos bañados en agua marina, le habían moldeado, inesperadamente notó, su espacio interior.

Por mucho que le explicara a otros lo que es sentir el viento salado del mar frente a Quintero, el vuelo estático de las gaviotas, los atardeceres inexplicablemente diferentes unos de otros; jamas podrían aquellos hacer propias esas vivencias. Si él hubiera nacido en otros lugar, podría no haber conocido el mar, no por lo menos Santo Domingo, ni San Antonio, ni Cartagena, ni Zapallar, ni Maitencillo, ni Isla Negra, ni Valparaíso, no habría visto en el vuelo de las gaviotas una alegoría de la libertad y en los atardeceres, de la poesía y la belleza, entonces habrían sido otras sus vivencias y otras habrían sido sus canciones. Pensó, que cada cual hace propio un pedazo diferente de este mundo y lo lleva al fondo del alma para construir como salga, el inexpugnable y rara vez conocido mundo interior.

Se sonrió dándose cuenta que aun sostenía la página de la revista que todavía no empezaba a leer.

Tocaron el timbre. Ella entró dejando varios paquetes en el suelo, se saludaron con un beso comentando lo extraño que estaba el clima y se arreglaron para salir.

Sobre la mesa quedó la revista y la taza de café humeando. El sol entraba oblicuo por la ventana inundando el ambiente, otorgando una calidez que nadie percibió y que él ya había olvidado.

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